sábado, abril 01, 2006

Manifiesto contra el Vallenato

Francisco "Pacho" Rada (Q.E.P.D)

Una música cuyo nombre sea producto de un error ortográfico no puede ser buena. “El ballenato es el hijo de la ballena”. Así lo dijo muy claro el músico y compositor Francisco “Pacho” Rada hace unos años en Cartagena. Y podría parecerles a los lectores no colombianos una boutade, pero no lo es.

Resulta que “vallenato” es el nombre de una musiquilla de a tres pesos, perdón de tres “instrumentos” (acordeón, caja y guacharaca) originaria de una subregión de la Costa Caribe de este país. Y no es más que una sarta de canciones mediocres que infecta los oídos de los colombianos desde hace varias décadas. Pero bueno, ¿qué esperar de una “música” que se hace con un instrumento de rasgar y otro de aporrear? ¿Será que algo llamado “guacharaca” puede producir verdadera música? Hay que decirlo hasta la saciedad: El vallenato es la victoria del facilismo.

“La victoria del facilismo”. Parece el título de un ensayo sobre la vida contemporánea en Colombia. Debemos aclarar que la expresión es ajena. Pertenece a esa colección de perlas con las que un psicólogo educativo del Caribe Colombiano suele deleitar a sus amistades. Reinaldo Niebles es el Jefe de Educación del Zoológico de Barranquilla y sabe mucho de animales, por eso habla tan bien del ballenato y tan mal del vallenato. Pero no es el único: el juicio del musicólogo alemán Alberto Assa, fundador del concierto del mes en el Teatro Amira de la Rosa de Barranquilla, no era menos rotundo: “El vallenato no es más que el sonajero de una nación en pañales”. Por su parte, el maestro Juancho Sierra, investigador y músico: “Sin letra el vallenato es un sonsonete: sin preludio, intermedio ni final”. El escritor David Sánchez Juliao se plantea una pregunta: ¿Por qué el vallenato ha puesto tantos ministros, como ninguna otra música colombiana?

A partir de estos comentarios apropiados para la causa, podemos hacer un análisis del estado en el que nos encontramos como “nación”: corrupción, narcotráfico, guerra. Y los tres tienen que ver con el vallenato. Hay estrechas relaciones entre el vallenato y la corrupción, entre el vallenato y el narcotráfico, entre el vallenato y la guerra. Trataremos de demostrarlo a continuación.

El vallenato y la corrupción

El expresidente de la Res-pública (sic) Alfonso López Michelsen promovió la creación del departamento del Cesar en 1966 repartiendo 500 acordeones por toda la provincia, con el objeto de ser nombrado su primer gobernador. En esta “labor política” lo apoyaron una serie de “intelectuales” entre los que se cuentan un Premio Nóbel y el director del principal diario del país. Por otro lado - ¿o el mismo? - el hoy extraditado “hombre marlboro” hacía sus campañas al Honorable Congreso de la República sin esbozar una sola propuesta: sólo ofrecía una parranda en las plazas públicas con los grupos más famosos de este “género musical”. Y así un montón de perlas más.

El vallenato y el narcotráfico

Después de los acordeones regalados por López hubo una horda de compositores e intérpretes que necesitaban comer. Entonces llegaron los patrones “marimberos” que no eran otra cosa que sembradores de marihuana en los alrededores de la Sierra Nevada de Santa Marta, quienes apoyaron decididamente esta naciente expresión popular. Y de ahí en adelante siempre fue muy frecuente encontrar que los narcotraficantes colombianos hallaban en el vallenato su razón de ser, su frecuencia, su esencia, sus historias, su “música”. Hasta el punto que muchas de estas canciones mediocres saludan a los “honorables” patrones de la mafia colombiana.

El vallenato y la guerra

Hace algunos meses un destacado grupo vallenato participó en una parranda (juerga silvestre) en un pueblecito perdido de la geografía colombiana. Hasta aquí la cosa es inofensiva, pero lo que alcanzó a ser noticia nacional fue el hecho de que saludaran al comandante paramilitar de la zona; es decir, al jefe de las “autodefensas” encargadas de reemplazar al estado en las tareas de imponer el orden y eliminar a la guerrilla (a nuestro juicio, ninguno de los dos, porque acá tanto la guerra como la política son grandes negocios asociados con el narcotráfico). Entonces vemos que el vallenato toma partido en esta guerra fratricida. Está del lado de los más fuertes, de los hacendados, de los “patrones”, de los “dueños”, de los “duros”. ¿No es esto un contrasentido, siendo supuestamente una “expresión popular”?

El Frava
Por todo esto proponemos la creación del FRAVA (Frente Anti-Vallenato) que no es más que un frente pacifista que esté en contra de la excesiva difusión del vallenato por las emisoras y mentes colombianas; un grupo de gente anónima que manifieste su aborrecimiento de esta musiquilla con camisetas, pancartas, vallas, cruzacalles, afiches, volantes, calcomanías, etc. Para ver si así por lo menos logramos ser tenidos en cuenta y dejamos testimonio de que hubo gente a la cual no le caló jamás esta vaina. Pensemos en los siglos que vendrán, cuando ya no exista corrupción, narcotráfico, ni guerra (ni por tanto vallenato) y nos daremos cuenta que los hijos del siglo XX seremos señalados en la historia como “los que oían vallenato”, cosa terrible. Nos avergonzaremos ante nuestros tataranietos si no dejamos testimonio de que nuestros oídos jamás aceptaron tal cosa. Por eso te invitamos para que hagas parte del FRAVA.

Finalmente, hay que tener en cuenta que no hay fiesta en la costa (¿o en Colombia?) donde no se oigan vallenatos; quizá por eso no nos gustan mucho las fiestas. En todo caso, confesamos haber ido a algunas parrandas, escuchamos a menudo a Alejandro Durán, quien nos parece el principal exponente de la “música parrandera” como le llamaba el viejo Pacho Rada, tenemos el disco de “Los Clásicos de La Provincia” de Carlos Vives. Y aclaramos acá que escuchamos y apreciamos a Vives como rockero, que lo suyo es una estrategia de marketing cuando habla de Valledupar porque estamos seguros que jamás grabaría con tipos que cantan canciones tituladas “No aguanta”, “Vivo en el limbo” o “Pin Pon Pan”. Porque él sabe bien eso que Alex Polo – amante del vallenato – explica de una manera sencilla: “Cuando uno está borracho todo lo escucha y lo ve bonito”.